Cuando el cielo se encendió con aquel fuego entre las nubes, me decidí a levantar la vista hacia el horizonte, dónde las nubes surcaban el cielo. Removí con mi mano los granos de arena que me rodeaba y dibujé un arco cuyos extremos miraban hacía en frente. Hacia el sol. Hacía aquello que se desconoce. El futuro. Aquel arco se me asemejo a una sonrisa. Pero no estuve muy segura hasta que sentí una estúpida lágrima recorrer mi cara y estrellarse contra la arena, formando un pequeño agujero, cuyas paredes lisas estaban mojadas y saladas.
Miré hacia atrás y observé los surcos que habían dejado mis pies descalzos en el camino. Me había parado la noche anterior, cansada y angustiada. Sedienta de besos que calmaran el dolor y hambrienta de piel que morder con deleite antes de regresar a los labios curvado en una sonrisa que se me asemejara al paraíso. A mi hogar. Sólo recordaba haberme desplomado sobre la arena, llorando desconsoladamente. Apretando mis manos, cerradas hasta clavar mis uñas en mi piel y dejar la sangre brotar, tratando de aliviar aquella sensación. Y me dolió aún más al recordar el motivo de mi llanto.
"A él le gustaba"
Aquellas cuatro palabras habían destrozado la enorme montaña queme protegía. Y lo más estúpido es que yo dije esas cuatro estúpidas palabras. Yo las había pensado. No había ternura en mi voz. No había anhelo en mis ojos. Y mis labios ni pronunciaron su nombre porque mi mente se encargó de borrarlo. Pero saber que le había dado importancia a aquello que ocurría me hizo sentir ridícula. Suciamente ridícula hasta el punto de sentir mis tripas revolverse y un nuevo grito naciendo en la garganta.
¿Por qué? Porque había recordado -de una manera avergonzante- que a ese baka le encantaba -o eso decía- verme sonreír. Y cuando recordé que hacía lustros -o eso me parecía- que no había escuchado eso, escuché mi conciencia quebrarse en tres mil pedazos y me sentí estúpida, sucia y sola.
Sola.
Sentí una caricia y unos brazos rodearme. Y cuando quise darme cuenta, mis brazos se habían cerrado en torno a aquel cuerpo y mi cara reposaba en su pecho. Y lloraba. Lloré sólo unos momentos, porque sabía que le incomodaba verme derramar agua por los ojos, pero lloré igualmente. Y cuando recordé que él antes me decía cosas bonitas, me sentí aún peor. Y lloré. Lloré abrazada a aquel sueño que se esfumó con una suave brisa que secó mis lágrimas y cubrió mis labios de un beso. Y soñé, por un solo instante, que ya no caminaba por el desierto y que agarraba su mano yo sola, sin esconder que sentía algo por él. Y cuando la brisa sopló de nuevo, me recordó que aquel beso era mentira y me obligo a levantarme para encontrarlo.
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